martes, 7 de junio de 2011

El árbol de la vida


Cuando hace unos días terminé de ver The Tree of Life de Terrence Malick, tuve dos sensaciones distintas.

La primera hacia mucho tiempo que no me pasaba -desde la primera visión de Apocalypse Now- no me hubiese movido del cine, habría visto la película por segunda vez. Lo percibido era tan sumamente complejo que necesitaba, necesita, más de un visionado, para empezar a captar la enorme dimensión de la propuesta.

La segunda es que el film será criticado -mal visto- por hacer emerger de nuevo el ansía de espiritualidad. Especialmente por un cierto matiz que puede ser interpretado como cristiano, incluso católico.

Sobre la primera cuestión no puedo más que expresar satisfacción porque exista un producto que conteniendo tal riqueza y complejidad de ideas y de imágenes, exija más de una revisión.
Siempre he pensado, desde mi punto de vista de pintor, que una pintura debe crecer con el tiempo, ser cambiante, ofrecer a cada nueva mirada un aspecto de diversidad enriquecedor; quizá como una muñeca rusa, pero al revés y sin finitud. Si no es así, el trabajo ha fallado.

Creo que el gran cine tiene esa virtud. ¿Quién de nosotros no ha visto y revisto algunas películas y no se ha cansado nunca? Puede ser un ejercicio útil que cada uno se pregunte ¿cuales?.

Lo segundo todavía me interesa más. Recuerdo que de niño, nacido en la ciudad, me sorprendió al ver unas obras en la calle, que bajo el asfalto hubiese tierra. Pienso que la humanidad, en su mayor parte, vive en ese estado de ignorancia, o quizá sería mejor llamarle disimulo.
Casi nadie quiere ser consciente de la extrañeza del mundo y, por extensión, del ser humano.
Que sucesión de inmensas causalidades han tenido que suceder para que la vida exista tal y como la conocemos. No cabe pensar en lo que había antes del primer instante, cuestión que alberga una paradoja inimaginable por ahora, sino que sucedió y cómo después, que está pasando ahora mismo en el universo, para llegar donde estamos.

La película discurre en dos espacios, el del interrogante y el del vacío. La mujer hace de puente entre ambas esferas. Como dice Joseph Campbell hay "un ámbito de visión en que tiempo y eternidad eran uno". *
El vacío el de la cotidianidad, una perspectiva de ausencia, que la muerte del hijo no hace sino dilatar. El resto, la mirada interrogante hacia el cielo. El agua y las sombras. El caminar hacia el horizonte. El atravesar una puerta en medio de la nada. No son sino caminos para alcanzar la compasión.
La compasión del dinosaurio, la compasión hacia los otros, hacia si mismo, hacia el tiempo perdido...

Sobre la posible lectura de la película como católica, me parece irrelevante. Ordet finaliza con un milagro y en mi opinión es uno de los films más extraordinarios de la historia del cine.

Además el árbol, omnipresente, es un símbolo universal que aparece en casi todas las muestras de espiritualidad. Buda fue siempre relacionado con un árbol "el árbol bajo el que se sentó Buda". Es más, al principio del budismo, cuando Buda no era representado nunca, a menudo lo era con un árbol.

Al fin el budismo escoge la no pregunta. La aceptación de la ausencia. Quizá esta película nos esté diciendo esto: no hay que formular la pregunta, y la única actitud posible ante esta carencia, es la compasión.

Por mi parte quiero creer que el árbol es sobre todo el símbolo del renacer del espíritu, y que The Tree of Life dibuja con precisión lo que ello puede suponer, de modo que se ha incorporado a mi memoria de forma decisiva y puede que permanente.

* Joseph Campbell. Las mascaras de Dios. Mitología creativa. Alianza Editorial, 1992.

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