jueves, 17 de diciembre de 2015

Primavera, verano, otoño, invierno





Durante este año Elena Posa, me ha pedido para su hotel, cuatro imágenes relativas a cada una de las estaciones. Aquí están: primavera, verano, otoño e invierno.

Al dorso de cada una de las tarjetas hay un texto redactado por Elena:

Primavera

En la naturaleza, la espiral evoca el despertar, la regeneración, el viaje mítico, como las hojas que se abren y orientan hacia la luz...

Verano

Solsticio de verano

Saltaron sobre el fuego,
bailaron sobre las olas.
Prosiguió el rotar entre la luz y la oscuridad.

Otoño

Constelaciones de otoño

El caballo alado de Pegaso dibuja estrellas
mientras pace en el firmamento.

Gotas de agua recorren la lluvia.

Hacia el sur trazan surcos las aves.

Mirando el caballo,
oliendo la lluvia, 
escuchando los pájaros.

Esbozando mapas invisibles.

Invierno

Otro cuento de invierno

Erase una vez, en el reino de los dioses antiguos, cuando los hombres gestaban una explicación del mundo.

La vasija de Démeter, la madre, diosa de la tierra y de la fecundidad.
La granada de Perséfone, la hija cuyos granos comió inocente.
Madres e hijas.

Y aconteció el drama: Hades salió de las profundidades y raptó a Perséfone. Su madre la buscaba desconsolada. Al saber que estaba secuestrada en el submundo, airada dejó secar las cosechas. Tierra desolada, pesar y oscuridad.

Zeus ordenó que la hija fuera devuelta a su madre para que regresara la fertilidad, pero Hades le dio a comer unos granos de granada, así Perséfone tendría que regresar al mundo de las sombras unos meses al año.
Había nacido la estación fría y baldía.

Un cuento de invierno, un drama para explicar un misterio. Ciclo infinito de muerte y resurrección, girando de la oscuridad hacia la luz, palpitar incesante de la vida.

El hotel de Elena Posa:

La Casa Grande. Arcos de la Frontera.

www.lacasagrande.net  info@lacasagrande.net




martes, 21 de abril de 2015

DOS PARALELAS QUE SE ENCUENTRAN - 2

Delacroix. Lucha de Jacob con el Ángel. Detalle

Fotograma de un film de Yasujiro Ozu

Después de publicar la entrada sobre Elogio del caminar y Moo Pak, he encontrado un nuevo paralelismo entre otros dos títulos que se imbrican, se entrelazan con ellos.
Los seis nombres de la belleza, de Crispin Sartwell y Cinco meditaciones sobre la muerte, de François Cheng.

François Cheng ya me deslumbró en su libro Cinco meditaciones sobre la belleza –ver Notas-1 y posteriores−.
Siempre volviendo al tema inagotable y recurrente de la belleza. En Cinco meditaciones sobre la muerte, Cheng nos habla de la percepción de la vida desde la muerte. Hay un componente esencialmente religioso en ese libro, en el fondo el autor plantea el aceptar la vida como algo extraordinario que sólo se puede comprender desde el conocimiento, y aceptación, de su finitud, al menos corporal.

De nuevo las grandes preguntas sin respuesta, de nuevo el hecho de estar vivos como algo fuera de todo entendimiento.

Pero no puede evitar hablar de la belleza, creo que, por lo que he leído de él, es su gran tema: el mundo es bello y su belleza habita en el menor de los rincones… Y de nuevo se pregunta el porqué de la belleza del universo. No necesitaba ser bello, una afirmación que ya hacía en libro del que ya traté.

Aquí todavía va más allá y relaciona la belleza con la muerte, ¿cómo?

¿Por qué la belleza tiene que ver con la muerte? En primer lugar porque como cualquier cosa, no puede durar, se nos escapa…
Apego-desapego, he aquí la condición de la belleza: agudiza nuestra conciencia de la muerte.

Puede que lo que más me interese de sus nuevas aportaciones es que describe el acto de crear, lo que “hace” el artista, ligado de un modo inseparable a la producción de belleza. Hay unas reflexiones sobre el hecho mismo de crear impagables.
Hay otras cosas, quizá más sustanciales, más profundas todavía, por ejemplo, la necesidad de dar un sentido a la vida. La exigencia inexcusable de la pasión: pasión de aventura, pasión de heroísmo, pasión de amor.

Haber relacionado estos dos libros no es en absoluto gratuito, los dos tienen el nexo común de hablar sobre la creación y la belleza, y, además están íntimamente relacionados con los dos de los que me ocupé en la entrada anterior, y con tantos otros que han ido apareciendo en este blog.

Se ocupan todos ellos de mis grandes preocupaciones, que ya he ido desgranando, pero el de Crispin Sartwell da una visión de una riqueza inagotable, por el tema que es más asequible aparentemente, el de la belleza.
Con el pretexto de aproximarse a ella a partir del nombre que se le da en seis lenguas distintas, en seis culturas diferentes, Sartwell va detallando una compleja variedad de matices y aproximaciones. Puede que sea el libro más rico, más profundo que haya leído sobre esa materia.
Al mismo tiempo tiene algo que es de agradecer infinitamente, es absolutamente comprensible y ameno.
Desde la actual visión de la cuestión, pasando por las culturas griega, hebrea, hindú, hasta llegar a los navajos; el capítulo más brillante es, sin ninguna duda, el que se refiere a la cultura japonesa,
La cantidad de distintas acepciones para designar lo que nosotros entenderíamos como belleza, hasta los innumerables matices de cada una de ellas. Sólo sobre este capítulo cabría escribir páginas y páginas. Su lectura ha sido para mi iluminadora, especialmente cuando habla del término Shibusa, que me ha hecho comprender algo del cine de Yasujiro Ozu, que admiraba pero que no atinaba a poner en palabras:
Las cosas shibui (adjetivo de shibusa) son refinadas en el sentido de que no son llamativas… las cosas shibui se crean y experimentan con una especie de moderación meditativa… Shibui también significa “verdadero”, “simple” o “puro”.
No se podría definir mejor el cine del realizador japonés, cine que todavía sigue siendo para mí el mejor entre los mejores.

Pero también hay un momento en el que las paralelas se encuentran. Como Cheng, Sartwell relaciona la belleza con la muerte. Hay algunas coincidencias que me han llenado de perplejidad, dice Sartwell:

…la relación entre la belleza y el dolor, y en particular con la pérdida, es más profunda, es más estrecha. La belleza siempre implica la amargura de la pérdida, y la flor cortada no constituye una ocasión de placer visual, sino un símbolo de los perecedero…
Pero duelo, muerte y belleza despiertan en nosotros un anhelo, quizá el anhelo de lo imposible, el anhelo de un objeto que se nos escapa siempre de las manos.

Son casi las mismas palabras que las citas más arriba de Cheng: no puede durar, se nos escapa.

Los dos, pues, coinciden en una definición casi idéntica: “se nos escapa”; esto es, la belleza como algo imposible de aprehender.
Y aparece aquí de nuevo “lo imposible”. El artista libra una lucha a muerte con el ángel, dice Cheng, en una lucha, diría, de la que jamás saldrá vencedor. Lo que no quiere decir que por ello se deba abandonar el combate. Puede que, como también dice Cheng, sea una de las pocas opciones de dar sentido a una vida. Aunque asumamos el ineluctable fracaso, no hay más camino que ese, convivir con esa certeza. Dando un giro al pesimismo de la palabra imposible, apuntaría que también es imposible, al menos para mí, vivir sin esa lucha.

Para finalizar otra frase de Cheng:

Dante, cuando vio por primera vez a Beatriz, con nueve años, sintió el espíritu de la vida palpitando tan fuerte en él que estuvo a punto de hacer estallar sus venas.

Eso es la pulsión/pasión por la creación. Es una pasión que aunque imposible, es imposible de ignorar. Esa es la tesis de Cheng, la muerte es imposible de soslayar, por eso la vida es tan extraordinaria.

Los seis nombres de la belleza. Crispin Sartwell. Alianza Editorial, Madrid, 2013
Cinco meditaciones sobre la muerte. François Cheng. Siruela. Madrid, 2015





jueves, 16 de abril de 2015

DOS PARALELAS QUE SE ENCUENTRAN



Un ensayo que se lee como una novela y una novela que se lee como un ensayo.
Elogio del caminar de David Le Breton y Moo Pak de Gabriel Josipovici.

Los dos libros tienen un nexo común, precisamente el caminar, en el de Josipovici el pasear, en concreto.
Dos amigos recorren los parques de Londres, mientras uno de ellos, Jack Toledano, le cuenta al narrador sus tribulaciones sobre la creación –está escribiendo una novela− y sobre el mundo en general.

El paseo, el paseo urbano, es uno de los capítulos del libro de Le Breton.

Todavía hay muchas más cosas en común, tanto en uno como en otro se defiende el caminar, el paseo, como algo que induce al pensamiento, a la reflexión.
Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse a sí mismo, dice Le Breton.

Los dos personajes de Moo Pak, parece que no hagan otra cosa que eso. Hay alguien activo que habla y reflexiona y otro pasivo que escucha y transcribe.

Uno de los capítulos de Elogio del caminar, trata precisamente de ello, de caminar en compañía, aunque el autor francés prefiere el caminante solitario.

Confieso que yo mismo soy un paseante urbano, aunque haya caminado por las montañas. Una de las apreciaciones de las que más cerca me he sentido, es la del escritor norteamericano del siglo XIX, Henry David Thoreau, que elogia el paseo por las cercanías de su domicilio, y dice que los lugares ya conocidos tienen la capacidad de metamorfosearse…, eso lo siento constantemente en el continuo deambular por mi barrio; en cada nuevo paseo se producen inesperados descubrimientos, originales puntos de vista, diferentes emociones. Podría abrir un excurso sobre el papel del observador, en otra ocasión.

Pero lo más importante de los dos textos es que ponen en primer plano muchos de los aspectos que la humanidad tiende a olvidar. La inmensa extrañeza de estar vivos, de que existan los seres humanos, de que exista el mismo planeta Tierra, y que, además, una pequeña parte de las personas, se dediquen a meditar sobre ello. En ocasiones de un modo contemplativo, en otras de una manera activa. Como Jack Toledano en Moo Pak, que inmerso en el mundo de la creación literaria, va describiendo su quehacer, su lucha, a su amigo Damian Anderson. En las primeras páginas del libro encontramos una referencia a Nietzsche y su elogio del caminar, como inductor del filosofar.

Las reflexiones de ambos libros se van entrecruzando y apoyándose unas a otras.

Si en Moo Pak se trata especialmente de quienes quieren formar parte activa del mundo creando, pese a su gran pesimismo, en Elogio del caminar, se habla de los que quieren, también, formar parte activa, moviéndose. En ambos casos la pulsión es la misma, entender algo, acercarse a lo incomprensible, al sentido del Mundo, de la Humanidad.

Me atrevo a decir que Josipovici es más cercano, más terrestre, que se adentra en el barro de la existencia humana, exponiendo la miseria que acompaña ciertos aspectos de la creación, especialmente de la indignidad, de la hipocresía, que se hacen presentes con demasiada frecuencia. Aunque a veces toma aire, y dice, por 
ejemplo : no hay nada como los animales para recordarnos los elementos básicos de la vida. Atento observador, yo mismo, del mundo de los gatos, no puedo sino darle la razón.
Le Breton, en cambio, es más metafísico, quizá más abstracto. El caminar como forma de conocimiento, como modo de alterar la percepción del tiempo, en un acontecer que tan bien describe Mircea Eliade, cuando habla de la trasformación del tiempo profano en tiempo sagrado. El caminante es quien se toma su tiempo y no deja que el tiempo le tome a él.

Pero hay un doloroso punto en el que los dos autores describen el mismo aspecto de la cuestión. Pese a todo el progreso, pese a todos los avances tecnológicos, el mundo se está haciendo inhabitable.
Hay una frase en el libro de Josipovici, que bien podría formar parte del de Le Breton:

Incluso en las montañas del Himalaya, y en las montañas del Atlas, los misioneros y los antropólogos del último siglo han dado paso a grupos de excursionistas y a los guías turísticos, a los paquetes vacacionales y a los souvenirs.

Es significativo este punto de contacto. Le Breton se lamenta de lo mismo y narra, con evidente nostalgia, en el capítulo Caminar hacia Tombuctú, las grandes odiseas de los caminantes originarios, primigenios. Ya no queda nada de eso.

Por ello, yo mismo, un poco más allá de Xavier de Maistre, paseando por su habitación, he llegado a pensar que lo mejor es la exploración del propio barrio, en palabras de Léon-Paul Fargue, citado por Le Breton. El entorno cercano puede estar lleno de sorpresas y misterios. Comparto con los dos la visión básicamente pesimista del mundo, y con las palabras que el autor pone en boca de Sócrates, son los hombres –las personas, una persona− quienes pueden enseñar algo. El gran Viaje, para mí, desde hace tiempo, es conocer a otro  ser humano.

Dejo para otra ocasión, o quizá para ninguna, comentar las meditaciones que Jack Toledano/Gabriel Josipovici hace de la creación y el arte en nuestros días. Para mí, demasiado próximas y dolorosas.

Lo mejor que puedo decir para terminar es que lean esas dos pequeñas joyas, y que si todavía encuentran dónde, caminen, solos o en compañía, en silencio o hablando. Por su barrio, o quizá por un pueblo lejano…

Para M. y N. que acompañan mi caminar.

Debo el descubrimiento del libro de Josipovici al amigo Lluís Armengol, proveedor de este tipo de hallazgos. El de Le Breton, lo encontré en una librería, es uno de esos títulos que tienen luz propia, que dicen ¡léeme!


Moo Pak. Gabriel Josipovici. Editorial Cómplices.2012
Elogio del caminar. David Le Breton. Siruela. Madrid 2011





martes, 7 de abril de 2015

Nueva ausencia


La amistad con Margarita Rivière y Jorge de Cominges se remonta más allá de lo que es razonable pedir que recuerde la memoria.

Margot siempre se interesó por mi trabajo. Lo que no voy a olvidar. Una nueva ausencia que reseñar en este blog.

Una ausencia demasiado temprana, lo que la hace todavía más dolorosa para sus amigos, pero sobretodo para Jorge, Clara y Hugo.

Ya empiezan a ser demasiadas veces las que digo que no me gustan las necrológicas, pero era inevitable poner aquí, aunque sea una sencilla evocación.

En el ya lejano 2006, Margarita tuvo la gentileza de apoyar con sus palabras y su presencia una exposición en la Galería Canals de Sant Cugat, sirvan estas breves palabras, y la foto que acompaña tomada en esa muestra, como un pequeño homenaje a Margot, y un recuerdo emocionado para Jorge de Cominges, excelente y gran amigo.


domingo, 22 de marzo de 2015

DOS MIRADAS SOBRE VAN GOGH

Tim Roth en Vincent & Theo

Jacques Dutronc en Van Gogh

El cine ha intentado aproximarse en muchas ocasiones a la pintura, más bien a la vida de algunos pintores. Especialmente a aquellos con vidas complicadas o difíciles. Es muy agradecido recrear las circunstancias de aquellos que consumidos por el ansia de creación fueron incomprendidos en su momento, ignorados por sus coetáneos, y que años después  su obra alcanza cotizaciones extraordinarias, desorbitadas. El ejemplo más paradigmático es, sin duda, Van Gogh.

Ayer sábado por la tarde, llevado por algún diablillo burlón, vi seguidas Vincent & Theo, de Robert Altman, 1990, y Van Gogh, de Maurice Pialat, 1991. 1990 fue el centenario de la muerte del pintor, de ahí el rodaje de esos dos films.

Hay algunos antecedentes, Vincente Minelli y Paul Cox se ocuparon de ello en 1956 y 1987. También hay obras posteriores. Pero me voy a centrar en las dos que vi, casi cinco horas frente a una pantalla.

El primero abarca una buena parte de la vida del pintor, el segundo se centra en la relación con el doctor Paul Gachet y su hija.

Casi siempre he rehusado acercarme a la vida, e incluso a la obra del holandés. En honor a la verdad he de decir que prefiero el trabajo de alguno de sus coetáneos, Gauguin por ejemplo.

Pero estas dos películas desde ángulos bien distintos, desde una lectura casi opuesta de entendimiento del cine, independientemente de lo que se opine de la obra de Van Gogh, llegan a tocar fibras muy sensibles del proceso de la creación.

Básicamente una, la incomprensión del artista del mundo que le rodea, la imposibilidad de su aprehensión. Lo más interesante de todo, es la diferente mirada que un director y otro otorgan al pintor.

Altman hace que su actor Tim Roth, mire el mundo con curiosidad y ternura. Excepcionales las secuencias en que Roth mira a una modelo mientras orina, o en la que dibuja a otra modelo mientras está dormida después de una sesión.

Pialat, en cambio, hace que Jacques Dutronc mire el mundo desde una fría distancia, casi con ira, escindido de su entorno, sólo le sirve de espejo para expresar su atormentado interior.

Dos puntos de vista que sumados pueden describir con bastante exactitud el sentimiento de extrañeza que produce el hecho de pintar. Tanto un estado como otro se pueden ir alternando, pueden coexistir en una vida, que según como, pasa sin solución de continuidad del pleno sentido al sinsentido más absoluto. En esos momento la pulsión de muerte se puede adueñar del artista. El suicidio como culminación de la obra.

Afortunadamente ese final casi nunca se da, se puede, se debe, restablecer el equilibrio entre los dos estados de ánimo. Aunque, a veces, el equilibrio se haga difícil.

Ver estos dos films seguidos ha sido para mi, una experiencia de un interés más que notable.

domingo, 15 de marzo de 2015

AUSENCIAS



La última entrada, es del 2 de diciembre del año pasado. Más de tres meses.

Hablaba allí del último cuadro que he pintado hasta ahora. El retrato de una amiga, joven madre con su hijo, casi recién nacido. De un extremo a otro. Ayer me desperté con la noticia de la muerte de Marisa Díez de la Fuente.

No me gustan las necrológicas, si no estoy equivocado, desde el inicio de este blog, sólo he hablado de una persona desaparecida, el gran amigo Manuel de Solà-Morales.

Debí conocer a Marisa a principios de los ochenta, mi primera exposición en su galería fue en 1982.

Desde entonces y hasta principios de los noventa, hubo una relación que fue mucho más allá, de lo que se puede imaginar entre una galerista y un artista.

Pero Marisa no era exactamente una galerista, era bastante más que eso. Creaba con sus "artistas" un vínculo de amistad de colaboración. Algo para valorar enormemente. No puedo hablar de la experiencia de los demás pero si de la mía. La Ciento era como una prolongación del estudio. Marisa siempre estaba allí, nunca estaba, para los que trabajamos con ella, ni "reunida" ni "había salido". Cuantas veces luego he oído esas frases.

Visitaba con frecuencia el estudio, sus comentarios siempre eran respetuosos y acertados, nunca que recuerde salió ni una sola palabra inquisitiva, crítica, ni siquiera orientativa, Comíamos a menudo, en el entonces magnífico Madrid-Barcelona, en esos encuentros llegaban, no sólo comentarios sobre el trabajo, sino también confidencias personales.
Hicimos juntos viajes, Recuerdo con especial cariño dos, uno a Groningen, otro a Friburgo, dónde compartimos estancia con los queridos amigos señores Becker y con Friedel Brüggemann.

Un aluvión de recuerdos. He abierto carpetas, largo tiempo olvidadas, para encontrar imágenes, rememorar hechos. He escogido la polaroid que abre estas líneas porque se nos ve a los tres, Marisa, Nuria y yo felices. Está tomada frente al Mar del Norte, en Holanda, en 1990.

Ayer, día de la noticia, fue un día lluvioso, desapacible, fue desapacible también para mi. Todo un pasado, hasta cierto punto, omitido, surgió de repente en tromba. Me afectó mucho más de lo que hubiese podido imaginar. He escrito estas líneas todavía bajo sus efectos.

Esta es mi particular despedida de alguien que quiso compartir conmigo como se fue conformando una obra durante más de una década. Nunca he encontrado nada igual. Quizá exista, pero no he dado con ello.


Ha habido otra desaparición reciente, Maria Girona. Quienes me conocen saben que siempre defendí su trabajo. Es una vergüenza para esta ciudad, el poco reconocimiento que se le ha rendido.
Acostumbro a decir que para medir la importancia, la calidad, de una obra, uno se debe responder a la pregunta ¿conviviría con ella? Mi respuesta sobre la de Maria Girona, era si, siempre. Cuando nos veíamos hablábamos de intercambiar algún cuadro, por desgracia no lo llegamos a hacer.

Ella y Albert Ràfols-Casamada, fueron los únicos que compartieron con nuestros padres y hermanos, la comida que siguió a la boda civil del que escribe con Nuria, el lejano 1968, de la que además fueron padrinos.

Ausencias que, no por anunciadas, han sido menos sentidas.

Espero, a partir de ahora, reanudar la actividad en este blog, después de esta larga interrupción.